Entrevista Regina Cornejo
Regina Cornejo se define como una mujer socióloga y optimista. Nacida en Barcelona, pero residente en Girona, a sus 34 años de edad, ha ganado ya experiencia formativa y laboral. Comenzó estudiando sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona. Luego cursó un minor en estudios de género. A lo largo de su trayectoria profesional ha organizado talleres sobre sexualidad y empoderamiento femenino, además de cursos focalizados en la violencia de género. Actualmente está trabajando en los puntos lilas, aunque el escenario de la pandemia impide que su labor se desarrolle como lo haría en un contexto de “normalidad”. Con o sin crisis sanitaria, en los puntos lilas ofrece sensibilización e información sobre agresiones sexistas y, a su vez, las gestiona como la persona que las ha padecido desee.
"NUESTRA SOCIEDAD GENERA AGRESORES Y VÍCTIMAS"
¿El amor debería ser algo más visceral o racional?
El amor es una emoción humana delimitada por las sociedades. Estas acotan la forma en que se debe expresar el amor, a quién, en qué momentos. No es tanto que el amor tenga que ser más visceral que racional o al revés, sino que este ha de representar cómo es y siente cada persona.
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¿Cómo se llega a deconstruir el amor romántico?
Leyendo e informándose sobre él para saber por qué existe, conocer los procesos históricos que han hecho que concebamos el amor de esta manera, los estratos sociales - la Iglesia, por ejemplo - a los cuales les interesaba transmitir la idea de amor romántico para afianzar la familia y mantener un orden social. Desde el conocimiento, se puede construir otro tipo de amor, algo que no resulta nuevo, ya que actualmente se está trabajando en ello.
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¿Y los roles de género a los que deben amoldarse mujeres y hombres en las relaciones sentimentales?
Para deconstruir los roles de género en las sociedades deben conocerse los estereotipos ligados al género, el porqué y la finalidad por la cual estos se han tomado como estandartes para definirlo, a costa de rechazar otras facetas que no caben en la categoría "mujer" u "hombre". También habría que asimilar que los roles de género no dejan de ser una construcción social que se reproduce en productos culturales (cuentos, películas, música, etc) para preservar una organización en la sociedad. Sin embargo, al igual que se han podido construir, pueden llegar a deconstruirse mediante un proceso lento.
Al igual que se dice que del amor al odio hay un corto trecho, ¿crees que una fina línea separa el amor romántico de la violencia?
El amor romántico en sí es una violencia, porque crea un ideal que, si no se cumple, provoca un vacío, una carencia. No podemos obviar que el amor romántico, cuyos condicionantes son la monogamia, la fidelidad y la heterosexualidad, se ha construido en una sociedad patriarcal y heteronormativa. Entonces, cualquier persona que no obedezca los principios del amor romántico las tiene todas para sentirse excluido o ansioso por no satisfacer los requisitos de este mandato.
¿Qué estereotipo se tiene de la mujer maltratada?
El imaginario colectivo de "mujer maltratada" es madre y está casada, tiene entre 40 y 50 años, con poca formación y autoestima, y escasa red social, la han pegado o la golpean repetidamente. No obstante, la categoría de "mujer maltratada" genera resistencia social. Es decir, si una mujer ha recibido violencia, pero no ha sido atacada físicamente, esta se resiste a la hora de identificarse con el modelo de "mujer maltratada". Pero lo cierto es que el modelo es un mecanismo para ocultar otras violencias a las cuales no se les da tanto peso. Por ejemplo, todas las mujeres que salen de fiesta se enfrentan a silbidos, a tocamientos en contra de su voluntad, a miradas obscenas. El acoso callejero y laboral también lo sufren las mujeres y se traduce en violencia. Si tenemos en cuenta todas las violencias, no solo la física, el imaginario social de “mujer maltratada” cogerá una dimensión más amplia.
Según un estudio sobre violencia de género, las mujeres son contempladas desde dos perspectivas: las que están hechas para ser esposas y madres, y las que sirven para el placer sexual y asumen el papel de amantes. ¿Qué consecuencias acarrea esta dicotomía?
Lo que indica esta dicotomía es que se sigue definiendo a la mujer en función de la relación que tiene con un hombre - hecho que perpetúa la violencia machista -, en lugar de verla como persona, como un sujeto individual.
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¿En función de cómo se entienda la libertad sexual, puede esta encubrir una relación tóxica?
En cierta manera, sí. La libertad sexual no es “hago lo que quiero con quien quiero”. Si no se respeta la voluntad de la otra persona, la supuesta libertad sexual podría culminar en una violación. La libertad sexual bien entendida es conocer los deseos de unx mismx y ser responsable afectivamente. Esto significa comunicar mis deseos a la persona con la que mantengo un vínculo sexoafectivo y llegar a un pacto desde la sinceridad de cada unx.
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¿Entonces cuáles son las claves para mantener una relación sexoafectiva igualitaria?
Conocer los propios deseos sexuales y emocionales, saberlos comunicar con sinceridad y asumir una responsabilidad afectiva, es decir, cuidar la relación, la persona con la que la mantienes y acarrear con lo que generas en tus vínculos sexoafectivos.
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Se respira un cierto secretismo en torno a las relaciones de maltrato. ¿Acaso es un secretismo que va in crescendo, si tienen lugar en una esfera privilegiada?
Cuesta horrores identificarse una misma como persona que está recibiendo violencia. Piensas: “Como no me chilla, como no me ha pegado...”. Pero la violencia va más allá de eso. Existe la violencia económica, por ejemplo, que consiste en no dar dinero a tu esposa o a tu pareja. Parece que has de ser asesinada o golpeada ferozmente para que el poder judicial condene a prisión al agresor. En caso de sufrir otras violencias marginales, poner una denuncia es inútil, porque la respuesta no es feminista, porque a las mujeres no se les ofrecen suficentes recursos y/o servicios, porque no se les acerca una red de apoyo, porque no se les hace un seguimiento personalizado.
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Sobre todo en los pueblos y entornos rústicos, si una mujer padecía violencia, no lo contaba porque era motivo de ser repudiada socialmente. “Si tu marido te pega es que algo has hecho mal”. En las clases privilegiadas no es tanto que haya secretismo en torno a las agresiones, sino encubrimiento de las mismas para proteger el prestigio de la familia y, a su vez, para que esta continúe gozando de una posición de poder.
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¿Por qué, en ocasiones, incluso por parte de las mismas mujeres, se culpabiliza a una mujer que es o ha sido víctima de maltrato y/o abuso/agresión/acoso sexual?
Porque desconocemos el funcionamiento de una relación violenta y lo complicado que es salir de ella, porque no somos capaces de empatizar, porque nos desentedemos de este tipo de situaciones. “No va conmigo”. Cuando la agresión machista se produce fuera del ámbito de la pareja es fácil culpabilizar a una mujer que la recibe, porque tú misma te coartas tu libertad. Desde siempre se nos ha enseñado que la noche es peligrosa y no es para nosotras, que no deberíamos ir solas, que depende de cómo nos vistamos se nos va a llamar de una manera u otra. Todos estos condicionantes sociales favorecen que nos preguntemos “¿Qué hacía sola?”, “¿Por qué iba vestida con esa ropa?”. Hasta pueden llegar a hacernos concluir que es culpa suya por no haberse protegido lo suficiente.
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¿Cómo evoluciona una relación sexoafectiva abusiva?
Primero hay un evento conflictivo que se puede materializar en agresiones físicas, gritos, tirar muebles, romper cristales. Luego el agresor se disculpa, “sin ti no soy nada”, y es perdonado. Al cabo de un tiempo vuelve a haber una discusión. El agresor, en busca de enamorar otra vez a su pareja, planea una escapada o una cena. Y así sucesivamente, en escalada.
Algunas mujeres maltratadas vuelven con su agresor.
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Vuelven con su agresor porque han desarrollado una dependencia con él o porque no pueden afrontar lo que supone dejar atrás esa relación. Tal vez no tengan otro hogar donde ir, que no sean independientes económicamente, que su propia familia las empuje a seguir, que vivan con el miedo de que les quiten a sus hijos, que en su cultura o religión no esté bien visto separarse, que al ser una persona migrante se encuentren desamparadas y no sepan a quién o a qué institución recurrir para buscar protección y apoyo. Son múltiples los factores que pueden impedir dejar un vínculo abusivo y tóxico, o bien hacer que vuelvas a caer en la trampa.
La Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género actúa “contra la violencia que se ejerce sobre las mujeres por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado vinculados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia”. ¿Qué impacto social tendría superar el concepto de violencia de género tal y como está recogido en esta ley?
Si superáramos que la violencia contra las mujeres va más allá de la que ejercen sobre ellas cónyuges o exparejas, “aun sin convivencia”, significaría asumir que recibimos muchas más violencias de las que nos imaginamos. Se crearía un mecanismo social en el que, si te silbasen por la calle, independientemente de estar sancionado o no, la gente reaccionaría en lugar de pasar por alto este tipo de situaciones. Cuando en la pista de baile un hombre se te arrima sin que tú se lo pidas, los demás hombres lo ven y se quedan de brazos cruzados o incluso se ríen. Se respira un cierto compadreo para permitir violencias, lo que provoca su reproducción. Como que estos actos no son ilegales, los hombres salen impunes y las mujeres se sienten vulnerables porque, aunque lo cuenten a las autoridades, no habrá una consecuencia.
¿Es importante educar en sexualidad para prevenir la violencia machista?
Sí, pero la educación sexual debe estar enfocada hacia el conocimiento del propio cuerpo y de los deseos personales para conectar con nuestros gustos, aceptarnos y adquirir responsabilidad afectiva. La educación sexual también ha de dirigirse a las personas que no se identifican con la heterosexualidad y/o la monogamia para que sea inclusiva. Educar en el deseo y poder hablar de sexo sin tabúes sería lo suyo, más que educar desde la presuposición que el deseo culminará en el coito. Cuanto más conozcamos nuestros deseos y mayor sea nuestro autoconocimiento, será menos probable que nos limitemos a reproducir lo que hemos visto en las películas y más probable que tengamos el control de la situación y que esta no nos violente.
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¿En qué punto piensas que nos encontramos en cuanto a la prevención de la violencia machista?
El objetivo de la prevención de la violencia machista es deconstruirla para llegar a erradicarla. Es crucial que todos los agentes de la sociedad se impliquen. Los talleres de sexualidad, los programas, las leyes y la labor de las asociaciones ayudan, pero no son suficientes porque tiene que haber una transformación cultural. Hemos de atacar la raíz del problema y hasta que no lo hagamos estaremos poniendo tiritas. Debemos ser conscientes de que nuestra sociedad genera violadores y agresores para proceder a educar en la nueva masculinidad, para explicar a los chicos y a los hombres que llorar no es un símbolo de debilidad, que pueden ser amorosos, cuidadosos e incluso cobardes. Al mismo tiempo, continuar educando a las mujeres en el empoderamiento femenino es fundamental para evitar que la sociedad genere víctimas. Falta un largo camino por recorrer, señores/as, pero en ello estamos.